miércoles, 29 de octubre de 2014

La increíble historia del alemán que circunvala Europa con 0 Euros

Ayer me tropecé de forma casual con una de esas historias humanas que te hacen replantearte el sentido de los viajes, el sentido de la palabra viajero y hasta el sentido de la vida.
Estaba comiendo con unos amigos en su autocaravana, aparcada en la bocana del puerto de Cabo de Palos, en Murcia, cuando vimos entrar en la rada una extraña embarcación. Era una mezcla entre canoa y catamarán hecha a retales; un engendro de nave con unos mástiles muy enanos y un pequeño motor fuera de borda.
Atracó justo delante de donde estábamos nosotros y vimos desembarcar a un tipo alto y delgado, cocido por el sol y con barba de no haberse afeitado en ocho meses. Hubiera sido el típico náufrago de no ser porque en vez de bajar de la extraña nave exclamando alabanzas y besando la tierra se sentó sonriente en el pantalán y encendió un cigarrillo con el deleite de quien se da así mismo una recompensa tras un largo día de faena.
Después se levantó y se acercó a nuestra autocaravana a pedirnos agua caliente para hacerse un té. Pero lo invitamos a entrar y le ofrecimos que comiera con nosotros. Ese rostro bruñido, esa barba rubia y rizada y esos ojos penetrantes anunciaban a gritos que detrás había una gran historia. Y así era. Su historia es ésta:
Se llama Andreas Gabriel, es alemán de Hamburgo, 43 años, dos hijos adolescentes y una ex mujer. El 2 de mayo de 2011 se embarcó en un viaje iniciático para circunvalar toda Europa como navegante solitario en el cascarón que veis en la foto: dos kayaks de mar unidos por una estructura de aluminio fabricada por él mismo; como propulsión utiliza dos mástiles de Optimist y sus correspondientes velas más un pequeño motor fueraborda.
Partió de Hamburgo y costeó hasta Holanda: Allí remontó el río Rin, pasó luego al río Maine y de éste, al Danubio, que descendió hasta que salir por su desembocadura al Mar Negro, según el itinerario que veis marcado en rojo en el mapa que lleva para enseñarle a la gente lo que está haciendo (no habla más que inglés y alemán y en muchos sitios tiene problemas para entenderse con la gente local).
Del Mar Negro por el Bósforo y Estambul al Mediterráneo: Grecia, Italia, Francia, España... Hasta que yo me lo encontré ayer en las costas de Murcia llevaba navegadas5.000 millas náuticas en solitario.
Pero lo que hace diferente su viaje es que además va sin un euro. Decidió de forma voluntaria no llevar dinero ni tarjetas de crédito. Vive de lo que la gente le da.
Mientras devora una tortilla de patatas y varias lonchas de jamón serrano en el exiguo comedor de la autocaravana de mis amigos lo miro con detenimiento. No me extraña que de momento no haya pasado hambre .Andreas es el tipo de gente que incita a la bondad. Tiene unos ojillos pequeños y chispeantes, sonrisa perenne y ademanes sinceros. Con esa barba naranja de náufrago podría ser un Papa Noel de litoral o un rudo marinero de una novela de Patrick O’Brian.
Le pregunto qué le llevó a viajar sin dinero. “Cuando eres turista normal solo ves restaurantes, hoteles y monumentos. Cuando viajas sin dinero necesitas a la gente, es la mejor manera de conocerla y hablar con ellos. Tienes que sonreír, ser amable, tienes que ser agradecido. Es mágico. La gente es parte de tu aventura, es parte del juego”. Todo comenzó, según me cuenta, en 2008 cuando con un triciclo de su invención movido por una vela cruzó desde Dinamarca a Marsella. Se dio cuenta de que al viajar de una manera tan rara y ecológica, la gente se ofrecía a ayudarle y no necesitaba el dinero.
Confiesa que el peor momento del viaje lo sufrió entre las islas griegas de Icaria y Mikonos: “Me sorprendió una tormenta con olas de cuatro metros. Los dos cascos de kayak se llenaron de agua y apenas podía avanzar a dos nudos a la hora”. ¿Los mejores momentos? Cuando arribó a Estambul; llegó con miedo porque solo había grandes ferrys y barcos mercantes en el Bósforo que amenazaban con mandarlo a pique sin enterarse siquiera y además le habían advertido que tenía que pagar una tasa de 125 euros para navegar por la costa turca. Pero la casualidad quiso que atracara su catamarán casero en la zona rica de Estambul, junto al chalé del embajador de Egipto. En un día había reunido los 125 euros de la tasa, le ofrecían comida y bebida de sobra y una señora mayor, presidenta de una gran fundación internacional, lo adoptó como un hijo durante toda una semana.
“Solo una vez tuve que pedir para comprar gasolina y dos veces para comprar comida; en todo este año nunca me ha faltado de nada. La gente que encuentras es maravillosa” me dice mientras me enseña su casa flotante: lleva dos petates estancos con toda su ropa, un saco de dormir y una tienda de campaña. El equipo incluye también un I-pod, placas solares para recargar las baterías del GPS, una pequeña cámara de fotos resistente al agua y un ordenador portátil con el que se conecta en los wi-fi gratuitos de los bares para chequear el parte del tiempo y para escribir la web en la que narra en directo su aventura (www.der-mit-dem-wind-faehrt.de; en alemán e inglés)
Y en la borda de la nave, pintado en negro, una leyenda: “Sailing for good thoughts” (Navegando por los buenos pensamientos).
“¿Y este lema?”, le pregunto. “Porque solo si tienes buenos pensamientos puedes dar algo a los demás”, es su respuesta.
Yo vivo de viajar, he viajado toda mi vida, he visitado más de medio mundo. Pero al lado de este tipo me siento enano.
Pienso en la eterna discusión, ¿eres viajero o turista?.
Después de conocer a Andreas lo tengo más claro aún: yo soy un mindundi, un vulgar turista.
Viajero auténtico y de verdad es él (y cada uno que se defina como quiera, no voy a entra en esa guerra).