La increíble historia del alemán que circunvala Europa con 0 Euros
Ayer me tropecé de forma casual con una
de esas historias
humanas que te hacen replantearte el sentido de los viajes, el
sentido de la palabra viajero y hasta el sentido de la vida.
Estaba comiendo con unos amigos en su
autocaravana, aparcada en la bocana del puerto de Cabo de Palos,
en Murcia, cuando vimos entrar en la rada una extraña embarcación. Era una mezcla
entre canoa y catamarán hecha a retales; un engendro de nave
con unos mástiles muy enanos y un pequeño motor fuera de borda.
Atracó justo delante de donde estábamos
nosotros y vimos desembarcar a un tipo alto y delgado, cocido
por el sol y con barba de no haberse afeitado en ocho meses.
Hubiera sido el típico náufrago de no ser porque en vez de bajar de la extraña
nave exclamando alabanzas y besando la tierra se sentó sonriente en el pantalán
y encendió un cigarrillo con el deleite de quien se da así mismo una recompensa
tras un largo día de faena.
Después se levantó y se acercó a
nuestra autocaravana a pedirnos agua caliente para
hacerse un té. Pero lo invitamos a entrar y le ofrecimos que comiera con
nosotros. Ese rostro bruñido, esa barba rubia y rizada y esos ojos penetrantes anunciaban a
gritos que detrás había una gran historia. Y así era. Su
historia es ésta:
Se llama Andreas
Gabriel, es alemán de
Hamburgo, 43 años,
dos hijos adolescentes y una ex mujer. El 2 de mayo de 2011 se
embarcó en un viaje iniciático para circunvalar toda Europa como
navegante solitario en el cascarón que
veis en la foto: dos kayaks de mar unidos por una estructura de aluminio
fabricada por él mismo; como propulsión utiliza dos mástiles de Optimist y sus
correspondientes velas más un pequeño motor fueraborda.
Partió de Hamburgo y
costeó hasta Holanda:
Allí remontó el río Rin,
pasó luego al río Maine y de
éste, al Danubio,
que descendió hasta que salir por su desembocadura al Mar Negro,
según el itinerario que veis marcado en rojo en el mapa que lleva para
enseñarle a la gente lo que está haciendo (no habla más que inglés y alemán y
en muchos sitios tiene problemas para entenderse con la gente local).
Del Mar Negro
por el Bósforo y Estambul al
Mediterráneo: Grecia, Italia, Francia, España...
Hasta que yo me lo encontré ayer en las costas de Murcia llevaba navegadas5.000 millas
náuticas en solitario.
Pero lo que hace diferente su viaje es
que además va sin un euro. Decidió de forma voluntaria no
llevar dinero ni tarjetas de crédito. Vive de lo que la gente le da.
Mientras devora una tortilla de patatas
y varias lonchas de jamón serrano en el exiguo comedor de la autocaravana de
mis amigos lo miro con detenimiento. No me extraña que de momento no haya
pasado hambre .Andreas es el tipo de gente que incita a la bondad. Tiene
unos ojillos pequeños y chispeantes, sonrisa perenne y ademanes sinceros. Con
esa barba naranja de náufrago podría ser un Papa Noel de litoral o un rudo
marinero de una novela de Patrick O’Brian.
Le pregunto qué le llevó a viajar sin
dinero. “Cuando eres
turista normal solo ves restaurantes, hoteles y monumentos. Cuando viajas sin
dinero necesitas a la gente, es la mejor manera de conocerla y hablar con ellos.
Tienes que sonreír, ser amable, tienes que ser agradecido. Es mágico. La gente
es parte de tu aventura, es parte del juego”. Todo comenzó,
según me cuenta, en 2008 cuando con un triciclo de su invención movido por una
vela cruzó desde Dinamarca a Marsella. Se dio cuenta de que al viajar de una
manera tan rara y ecológica, la gente se ofrecía a ayudarle y no necesitaba el
dinero.
Confiesa que el peor
momento del viaje lo sufrió entre las islas griegas de
Icaria y Mikonos: “Me sorprendió una tormenta con olas de cuatro metros. Los
dos cascos de kayak se llenaron de agua y apenas podía avanzar a dos nudos a la
hora”. ¿Los mejores
momentos? Cuando arribó a Estambul; llegó con
miedo porque solo había grandes ferrys y barcos mercantes en el Bósforo que
amenazaban con mandarlo a pique sin enterarse siquiera y además le habían
advertido que tenía que pagar una tasa de 125 euros para navegar por la costa
turca. Pero la casualidad
quiso que atracara su catamarán casero en la zona rica de Estambul,
junto al chalé del embajador de Egipto. En un día había reunido los 125 euros
de la tasa, le ofrecían comida y bebida de sobra y una señora mayor, presidenta
de una gran fundación internacional, lo adoptó como un hijo durante toda una
semana.
“Solo una vez tuve que pedir para
comprar gasolina y dos veces para comprar comida; en
todo este año nunca me ha faltado de nada. La gente que encuentras es
maravillosa” me dice mientras me enseña su casa flotante: lleva dos
petates estancos con toda su ropa, un saco de dormir y una
tienda de campaña. El equipo incluye también un I-pod,
placas
solares para recargar las baterías del GPS, una
pequeña cámara de fotos resistente al agua y un ordenador
portátil con el que se conecta en los wi-fi
gratuitos de los bares para chequear el parte del tiempo y para escribir la web
en la que narra en directo su aventura (www.der-mit-dem-wind-faehrt.de; en alemán e
inglés)
Y en la borda de la nave, pintado en
negro, una leyenda: “Sailing for
good thoughts” (Navegando por los buenos
pensamientos).
“¿Y este lema?”, le pregunto. “Porque solo
si tienes buenos pensamientos puedes dar algo a los demás”, es
su respuesta.
Yo vivo de viajar, he viajado toda mi
vida, he visitado más de medio mundo. Pero al lado de este tipo me siento
enano.
Pienso en la eterna discusión, ¿eres viajero
o turista?.
Después de conocer a Andreas lo tengo
más claro aún: yo soy un mindundi, un vulgar turista.
Viajero auténtico y de verdad es él (y cada uno que se defina como quiera, no voy a
entra en esa guerra).